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Revolución, Éxodo y desenlace

Fragmento del Capítulo I del libro “Jujuy en el Bicentenario. Contexto e historia de luchas”, publicado en el año 2009,  por  el Lic. Benito Carlos Aramayo. Parte relacionada con el Éxodo Jujeño de 1812.

La Revolución de Mayo

La noticia de la Revolución de Mayo se conoció en Jujuy a los pocos días de producida. Al igual que en el resto de lo que era el territorio del Virreinato del Río de la Plata se abría un proceso signado por dos tareas fundamentales. Una era lograr la independencia respecto de España y la otra democratizar la sociedad, principalmente en lo referido al problema de la propiedad de la tierra. En 1816 después de muchas idas y venidas y tras arduas discusiones, en medio de la continuidad de la Guerra por la Independencia,  que se libraba particularmente en territorio jujeño y salteño, se declaró la independencia de España y  “de todo tipo de dominación extranjera”. En medio de la guerra, que duró hasta 1825,  y una vez finalizada esta, no se avanzó nunca en la tarea democrática agraria. Las causas tuvieron que ver con el predominio en el poder político de la clase terrateniente que se había apropiado de tierras e indios desde el momento de la conquista española. Los antecedentes eran los siguientes:

“Dueños” antes de pisar la tierra

Tan importante como la fundación de San Salvador de Jujuy, en 1593, fueron las dos primeras fundaciones. En 1561 se funda Ciudad de Nieva  y en 1575 San Francisco de Alaba. Es más, sin los antecedentes de estos dos intentos, la propia fundación de San Salvador no hubiera estado signada por el pleito entre la familia de los Zárate y la familia Argañarás por los títulos de las encomiendas de los indígenas, la posesión de sus tierras y el cargo de Teniente de Gobernador. Las encomiendas de tierras e indios muchos años antes de las tres fundaciones ya tenían “dueños”. En 1540 Pizarro donó la gran encomienda de Humahuaca, Casabindo y Cochinota, a Martín Monje, que había acompañado al Almirante Colon en su último viaje. El mismo Pizarro, en 1555, cede a Juan de Villanueva esa misma encomienda, lo que origina que Monje le haga juicio a Villanueva en 1558 y se lo gana parcialmente. Es decir que antes que los españoles lograran asentarse en el territorio jujeño, este ya tenía dueños y era motivo de pleitos.

Castañeda funda Nieva. Pedro Ortiz de Zarate es cofundador y designado Teniente de Gobernador. Nieva es destruida por los nativos que “morían con estoicismo a centenares, pero se renovaban sin cesar”. En 1575 Pedro Ortiz de Zárate acomete por segunda vez el intento, pero en esta ocasión es el fundador y también Teniente de Gobernador.

La esposa de Zarate, Petronila de Castro, viuda de Villanueva, en 1587 pide amparo a la Audiencia Real de sus derechos sobre los repartimientos de indios de Sococha, Mojo y 30 leguas hacia el sur, que incluía la encomienda de los Omaguacas y Ocloyas. Por esta razón, cuando en 1593, el Capitán Francisco de Argañarás y Murguía funda San Salvador y es nombrado Teniente de Gobernador, la familia de los Zárate envía al hijo de Pedro, llamado Juan, a que reclame los derechos sobre los “feudos” de Humahuaca y  solicita al Gobernador de Tucumán que se lo designe Teniente de Gobernador, pero éste no accede. Ante ello Juan Ortiz de Zarate vuelve a Charcas y logra un dictamen favorable para que le sea entregado el gobierno de San Salvador. El Capitán Argañarás apela ante el Virrey de Lima y este manda a la Audiencia de Charcas a suspender sus actuaciones. La Audiencia, sabiendo que Argañarás estaba en Lima dice que si este se encontraba en el gobierno que se lo dejara y si no que le sea entregado a Juan Ortiz de Zárate, quien lo toma en 1598.

El acuerdo entre las familias llega en el año 1600, cuando el Cabildo de San Salvador elige a Argañarás como Alcalde de primer voto y a Juan Ocho de Zárate Alcalde de segundo voto. En 1644 los Argañarás se emparentan con los Zárate, al casarse Pedro Ortiz de Zárate con  Petronila de Ibarra, ambos nietos  de los fundadores. Los Argañarás tenían la encomienda de Tilcara y los Zárate haciendas en Sococha, Mojo, Tupiza y Yavi.

Esta es la historia de la apropiación de la tierra en los orígenes  de la conquista española de Jujuy y  de la desposesión que de ella sufrieron los pueblos originarios que poblaban el territorio desde hacia miles de años.

La sociedad y la política de Jujuy se estructuraron sobre esta base. Propietarios españoles y no propietarios aborígenes. Como es sabido, por las Leyes de Indias nadie que no fuera español podía aspirar al otorgamiento de encomiendas, mercedes o simples solares de tierras. La opresión y la explotación de los aborígenes fueron usos y costumbres “naturales” que impusieron los españoles. La Corona española conocía la voracidad insaciable de los conquistadores. En un primer momento “los indios era apetecidos porque lucían mucho oro y plata” y luego como mano de obra para el trabajo agrario. En 1612 el Rey mandó al Visitador Alfaro “quien vio lo que querían los encomenderos y lo que no querían que viera”. Tras esta visita la situación no cambio mucho, a tal punto que en 1682 el Cura Párroco de San Salvador, Pedro Ortiz de Zárate (que se había ordenado sacerdote al morir tempranamente su esposa Petronilia), “explica los levantamientos aborígenes y aminora sus culpas”.

Los conquistadores edificaron una sociedad estratificada e implantaron un feroz racismo. Los indios eran legalmente inferiores. En 1537, luego de largos debates, el Papa Pablo II, proclamó con una Bula que los indios eran “hombres verdaderos”, que tenían alma.  Se los consideró, salvo algunas diferencias con  caciques y curacas, como un menor, pero como un menor apto para ser sometido a una feroz explotación. No podían ser sacerdotes ni monjes; ni maestros en los gremios artesanos. Para quienes confunden las leyes dictadas a “favor de los nativos” durante la Colonia por la Corona de España con la realidad que vivieron los originarios, recordamos a un autor peruano que dijo respecto de las Leyes de Indias: “un verdadero monumento erigido a la dignidad formal del indio abstracto, pero también el más cínico agravio a la dignidad real del indio concreto, de carne y hueso, muerto de hambre e injusticia en el socavón de la mina o en la estancia del terrateniente”.

El levantamiento de Tupac Amaru, en 1780, conmovió hasta los cimientos a la sociedad colonial y alumbró las esperanzas de los indígenas sometidos por los españoles. Tras la derrota  militar  del Cacique de Tungasuca el gobierno español lo asesinó junto con su esposa Micaela Bastidas y a algunos de sus hijos con una crueldad propia de quienes vieron peligrar su poder en América. Tras el suplicio de Tupac Amaru, el revanchismo español hizo más penosa la situación de las masas indígenas.

A Jujuy  llegaron los vientos del levantamiento de Tupac Amaru  a los pocos días de su inicio. Fueron los originarios de la zona de Ledesma los primeros en adherir a la rebelión. Tomaron  la Reducción de San Ignacio y a los pocos días la represión de la fuerza militar realista ejecutó a 17  rebeldes.  Señala  Miguel Ángel Vergara que en marzo de 1781  se levantaron en armas centenares de originarios tobas y mestizos que marcharon para tomar San Salvador de Jujuy.  El entonces gobernador de Jujuy, Coronel Gregorio de Zegada con fuerzas de Jujuy y Salta se anticipó y atacó el campamento rebelde que estaba en la localidad de Carahunco, a unos veinte kilómetros de la ciudad. El ejército realista tomó 60 prisioneros. En abril de 1781 ejecutaron a 14 de los sublevados. Señala  Joaquín Carrillo que el Gobernador Andrés Mestre sentenció a  muerte a “los convocadores” de la sublevación, a los que llama “jente ordinaria”. Primero fusilaron por la espalda a Lorenzo Serrano, Juan de Dios Maldonado, Francisco Ranjel, Melchor Ardiles, Diego Ábalos, Mariano Galarza, Francisco Ríos, Juan Almazán, Andrés López y Juan Ascencio Mendoza. Tras la ejecución se les cortó la cabeza y se las exhibió en distintos “cantones” del territorio. De una lista de veintiún rebeldes prisioneros, por “conmiseración”, se eligió para fusilar a cuatro más y a los demás “se les pondrá una señal en el carrillo, que deberá ser de una R que indica rebelde o rebelado; la que se hará a fuego para que le sirva de memoria su delito  “para otros se conozca su traición”.  Lograron huir los principales dirigentes, José Quiroga, Suárez y Erazo.  En premio a la tarea cumplida por sus gobernantes para ahogar en sangre la rebelión  de los seguidores de Tupac Amaru la ciudad de San Salvador de Jujuy fue “condecorada” por el Rey con el título de “Mui Leal i Constante”.  Los nombres de estos mártires de la independencia nunca figuraron en los registros de calles o lugares públicos de Jujuy  cuando dejamos de ser Colonia.  En plena época “Republicana” en el Acta Manifiesto de los Revolucionarios de 1849 se  comienza diciendo “En la muí Noble Leal i Constante ciudad de San Salvador de Jujuy”, graficándose de manera clara  que ciertos “usos y costumbres” fundamentales de la Colonia, a los que hace referencia Guillermo Madrazo, no habían sido cuestionados por las clases dominantes de Jujuy y mucho menos se había cultivado el respeto por los mártires de la lucha anticolonial.

La gran oportunidad

La gran oportunidad  para terminar con las modalidades  del régimen feudal impuesto por los españoles, sobrevino con la Revolución de Mayo de 1810. Los grandes objetivos, proclamados por hombres como Moreno, Belgrano, Castelli, Monteagudo y San Martín,  eran romper las cadenas que nos ataban a la Corona de España y democratizar la sociedad, principalmente en lo referido a la propiedad sobre la tierra. En 1816 se cumplió formalmente el primer objetivo. La segunda tarea ha quedado inconclusa  desde entonces.

Con la Revolución de Mayo de 1810 las masas indígenas y criollos pobres vislumbraron la posibilidad de terminar con la dominación feudal de quienes los habían oprimido y explotado durante tantos años. Si bien “los ejércitos patrios se organizaban haciendo levas”, son numerosas las crónicas y partes de guerra que destacan el heroísmo de los soldados indígenas y criollos  dando la vida en el campo de batalla.  Vale como ejemplo el relato del soldado Francisco Turpin, quien en una carta que envía al General Belgrano el 4 de agosto de 1812 le relata las acciones contra los realistas, destacando el heroísmo de las mujeres en la lucha.  El General Belgrano informa a la superioridad sobre el relato de Turpin y exclama “¡Gloria a las cochabambinas que se han demostrado con entusiasmo tan digno de que pase a la memoria de las generaciones venideras”!  El mismo General Belgrano había dicho de la guerrilla gaucha que comandaba Martín Miguel de Guemes: “yo abandono mi Anacarsis, ¡Que Griegos! Yo he visto a los gauchos realizar acciones que los superan”.

El  “Ejercito Auxiliador” al Alto Perú pasó por Jujuy  y  algunos de sus jefes políticos y militares reivindicaban el derecho de los nativos  sobre la tierra y hablaban del despojo al que habían sido sometidos por los españoles, como era el caso de Castelli y Belgrano.

Enorme fue la desilusión al terminar la Guerra de la Independencia. Los que volvieron del campo de batalla y  sus familias comprobaban que las clases dominantes que antes de la Revolución eran realistas continuaban siendo clase dominante con la Republica y seguían siendo dueños de la tierra. Una de las grandes tareas que tendría que haber resuelto la Revolución de Mayo quedó en el camino, cual era que “todos los naturales (…) son libres; gozarán de sus propiedades y podrán disponer de ellas como mejor les acomode…”, como había proclamado el General Manuel Belgrano en el artículo 1º de su Reglamento  de Misiones de diciembre de 1810. Esto se debió a que la Revolución fue dirigida y hegemonizada por un sector de terratenientes y comerciantes sólo interesados en resolver la cuestión colonial.

Dice Eugenio Gaztiazoro que “los patriotas conformaban corrientes diversas aunque no del todo definidas”. Estas corrientes  y los personajes más representativos de ellas, expresaban directa o indirectamente distintos sectores sociales o diferentes propuestas que eran más o menos afines a los distintos sectores de clase partidarios de la independencia. Tras el elemento común de la lucha por la independencia de España existió un complejo frente político, donde se incluían desde republicanos hasta monárquicos y desde partidarios de la independencia total hasta proingleses y profranceses.

En este complejo frente político no faltaron los hombres como el sacerdote y abogado Felipe Antonio de Iriarte que en su “discurso patriótico” en 1817 decía: “¿Qué son los indios?, a qué estado de vida ha reducido la inhumanidad estas víctimas, dueñas del país donde son sacrificados. Me dirijo a vosotros enemigos aturdidos de la causa. Idólatras de una fidelidad quimérica; vilmente avenidos con los hierros de la esclavitud. ¿Somos injustos en resistirla? Oíd los gritos penetrantes de la naturaleza… No hai derecho superior al de vuestra libertad, felicidad i seguridad. En todo tiempo podéis resistir la fuerza, i aspirar a un Gobierno que no usurpe las prerrogativas de vuestro ser. Nuestro país no ha sido otra cosa que el triste lugar donde se han  ejecutado las violencias más decididas contra la dignidad del hombre… el gobierno tirano oprimió a los indefensos Indios. Condenándolos a vivir en las mas áridas campañas, sin educación, sin sociedad, sin trato, i aún sin libertad, solo se acordó de ellos para estrecharlos a la contribución i obligarlos al servicio, i que servicio ¡”. Belgrano impresionado y de acuerdo con el discurso de Iriarte mandó a que se editara y difundiera. De Felipe Antonio Iriarte digamos, además, que se trataba de quién en 1799 había hecho posible, con ayuda económica, que el joven Mariano Moreno pudiera trasladarse desde Buenos Aires para estudiar en Chuquisaca.  

Este tipo de posiciones sobre los indígenas inspiraba a patriotas como Vicente  López y Planes quien escribió los versos de nuestro Himno Nacional, en 1812. En una de sus estrofas se dice:

“Se conmueve del Inca las tumbas
Y en sus huesos revive el ardor
Lo que ve renovando a sus hijos
De la Patria el antiguo esplendor”


Los desnaturalizados

El ejercito realista ante cada avance sobre el territorio jujeño encontraba “gente principal” vacilante y colaboracionistas. Se trataba de miembros de familias de terratenientes o comerciantes  que ante las dificultades del Ejército patriota estaban prestos a formar gobiernos realistas. El General Belgrano conocedor de esta realidad  en el famoso bando previo al glorioso Éxodo Jujeño se refirió a los “desnaturalizados que viven entre nosotros” y  los amenaza con fusilarlos. En la noche del 23 de Agosto de 1812 después que la mayoría del pueblo jujeño se retiró siguiendo a Belgrano los realistas contaron con “vecinos” dispuestos a formar un Cabildo realista.  A ese Cabildo lo integran los “desnaturalizados”  Martín Otero, Alejandro Torres, Miguel de la Bárcena, Antonio Rodrigo, Joaquín de Echeverría, Andrés Ramos, Gabriel del Portal, Francisco Calderón, José Diego Ramos, Rafael Eguren, Ignacio Noble Carrillo, Saturnino de Eguía, Ventura Marquiegui, Tomás Gámez, Mariano de Gordaliza. A este último Juan José Castelli en su paso por Jujuy en octubre de 1810 había designado como Teniente de Gobernador de Jujuy.  En honor a la verdad  hay que decir que las familias “principales” se dividieron y  la mayoría,  que llegaron a Tucumán con Belgrano, eligieron en esta ciudad al diputado que representaría a Jujuy en la Asamblea General Constituyente de 1813. Entre ellos estaban Teodoro Sánchez de Bustamante, José Manuel de Alvarado, Lorenzo del Portal, Manuel Fernando de la Corte, José Mariano del Portal, Juan Ignacio del Portal, José Ramón del Portal y Manuel Joséf de la Corte  La historia oficial, principalmente la de Mitre, ha ocultado la aguda lucha que se dio en el seno de la “gente principal” a favor o en contra de la Revolución, que en concreto era a favor o en contra de Belgrano  y de Güemes. El ejemplo más claro al respecto es el haber escondido deliberadamente el importantísimo rol del General Guemes en la Guerra y particularmente su decisión de imponer el “Fuero Gaucho” con el visto bueno de Belgrano y la aprobación desde Buenos Aires de Pueyrredón, a través del cual se liberaba a los criollos pobres e indígenas de la servidumbre y de las obligaciones feudales, que eran la base de las relaciones sociales de producción de la época, mientras formaran parte de las milicias combatientes. Esta gran decisión de Güemes constituye lo más avanzado, política y socialmente, en el período de la Guerra de la Independencia. Lo hizo en contra de  una parte importante de su propia clase social, lo que  llevó finalmente a la conspiración en su contra y posterior asesinato en manos de las oligarquías de Salta, Jujuy y Tucumán en complicidad con los jefes realistas. La noche misma  en la que el General Guemes fue herido de bala, los realistas entraron a la ciudad de Salta  y formaron gobierno con “gente principal” como Cornejo y Saravia, tal como había sucedido la noche del Éxodo Jujeño del 23 de agosto de 1812.

Concluida la Guerra de la Independencia los indígenas volvieron a trabajar como peones, arrenderos o pastajeros. “Los ex mitayos después de 1825 se convirtieron en arrenderos en situación de servidumbre: ellos y sus hijos y sus nietos debían ofrecer mano de obra gratuita y pagar alquiler por la tierra”.  

En 1825 el Gobernador de Salta (y Jujuy) Antonio Alvarez de Arenales, héroe guerrillero de la Guerra de la Independencia, en su mensaje a la Legislatura decía que habían triunfado “las luces” y las “ideas republicanas”, pero, como señala Guillermo Madrazo, “no hay que engañarse: las viejas estructuras eran resistentes al cambio y habrían de sobrevivir tras una serie de adaptaciones”.

Los criollos  y mestizos de clase alta siguieron autodenominándose “blancos decentes”  hasta fines del siglo XIX, por contraste con los indios”. Muchas de estas “pautas culturales” y “usos y costumbres” continúan vigentes hasta el presente. Basta rascar un poco en las actitudes anti bolivianas de algunos sectores de la población para confirmar la prédica anti indígena.

El desenlace que tuvo la cuestión agraria al finalizar la Guerra de la Independencia explica el origen de la frustración nacional y en particular la gran frustración de quienes hicieron el sacrificio principal de la Revolución de mayo en los campos de batalla. La Revolución de Mayo en este sentido sigue inconclusa.

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